"Nadie es capaz de ver las cosas como son, si antes no sabe como deben ser"

martes, 19 de octubre de 2010

"Botas de Agua

“BOTAS DE AGUA”

De repente, todo está oscuro. Compruebo que tengo los ojos abiertos y confirmo que me rodea la más absoluta negrura. No entiendo muy bien lo que está pasando, de un ramalazo el desasosiego empieza a apoderarse de mí.
Pruebo a moverme pero no puedo. Hago un verdadero esfuerzo para no dejarme llevar por el pánico y pensar con juicio, aunque me cuesta, la verdad.
Intento recordar, y como siempre que acometo con ímpetu, cierro y aprieto los ojos, no pasa nada, lo único que obtengo es más oscuridad, hubiera dado lo mismo hacerlo con los ojos abiertos, me entra la risa al pensarlo, deben ser los nervios.
Haciendo acopio de algo de valor procuro relajarme y tranquilizarme para poder pensar con claridad, ¿qué ha ocurrido? ¿cómo he llegado a encontrarme en esta situación? El empeño que pongo por recordar es inútil, algo me lo impide, es como si me hubieran robado los recuerdos, como si nunca hubiera estado en ningún otro sitio, como si esto hubiera sido el comienzo.
Me digo que poniéndome nerviosa no conseguiré nada, me lo repito muchas veces a modo de mantra, mientras trato de controlar la excitación al mismo tiempo.
Como no encuentro respuestas, las preguntas se agolpan en mi mente ¿qué sitio es éste?, ¿porqué no recuerdo nada?, ¿porqué no me puedo mover? Así, se van amontonando un sinnúmero de ellas, hasta llegar a una que me deja aterrada, ¿me habré muerto?
Un frío helado recorre todo mi cuerpo, ¿es posible que estuviera muerta? ¿cómo ha sucedido?, el hecho de no poder recordar impide aportar algo de luz a mis temores.
La cosa se está poniendo cruda, y más negra que el lugar en donde me encuentro.
¡Muerta! ¡No puede ser! Pero ¿cómo?
Esta posibilidad me lacera el cerebro y me petrifica. Lo primero que viene a mi cabeza es mi familia, una ola de angustia me asalta y la pena empieza a oprimirme el pecho. En este preciso instante mi madre invade y ocupa la totalidad de mi pensamiento, su cara, sus manos, sus besos, sus caricias... la tristeza ya se ha apoderado completamente de mí, y así, sin voluntad, la aflicción me conduce a través de un cúmulo de sensaciones. Las imágenes de mi vida con mi madre empiezan a reproducirse a toda velocidad en mi cabeza a modo flashes, la agitación me embarga y me empiezo a estremecer.
En este preciso instante mi mente da un vuelco, ¿esto es lo que todo el mundo dice que pasa cuando te mueres?, ¿que toda tu vida pasa por delante de ti?. Ah! No, eso pasa justo antes de morirte. Entonces, ¿no estoy muerta todavía?
No tengo manera de despejar esta cuestión, pero, si no estoy muerta...
Sin saber muy bien porqué, mis elucubraciones se desvían hacia la figura de mi hermana, si sigo viva podré demostrarle cuánto la quiero, lo mucho que la admiro y la necesito, lo mucho que he madurado y lo atenta que he estado a sus consejos.
Aunque, ¿y si estoy muerta? Si es así, ¿qué sitio es éste? Sé, por haberlo leído, que personas que vuelven de la muerte relatan que se han encontrado con un túnel y una luz muy brillante al final, y con sus seres queridos ya fallecidos.
Aquí sólo reina la absoluta oscuridad, nada de luz al final del túnel, nada de seres queridos.
En este instante viene a mi pensamiento Bartolo, mi gato. La angustia vuelve a hacerse notoria. Mi gato, ese animalito que me ha dado tantas alegrías y al que tanto quiero.
El pensar que ya no le voy a volver a ver me sumerge, más si cabe, en el desconsuelo. No volver a acariciar su pelo suave, a oír sus maullidos, a recibir el cariño incondicional que me profesa.
Mi gato. Realizo otra tentativa de moverme pero sigo sin conseguirlo, tengo la sensación de que algo me oprime el pecho.
¡Muerta!, no puede ser, y si es así ¿dónde narices estoy? ¿en el limbo?, pero ¿ahí no iban los niños que no habían sido bautizados? Qué situación más extraña.
Vuelvo a intentarlo, pruebo a sacudirme y de nuevo nada. La pena y la nostalgia dan paso a la desesperación, necesito respuestas, no puedo seguir así, y, súbitamente, por supuesto sin comprender cómo, otra imagen llega a mi mente, la de Marcos.
Oh! Marcos. Su estampa perfectamente grabada en mi memoria, sus ojos castaños, sus mejillas pronunciadas, sus labios delicadamente carnosos, su perfecto perfil. Cuantos días observándole en silencio en clase, en la cantina, en el pub, sin atreverme siquiera a acercarme a él. Cuanto tiempo sufriendo en silencio de amor, por amor.
Marcos, sólo pensar en él hace que se me acelere más el pulso, ¿es eso posible dadas las circunstancias?, noto como si el corazón quisiera salirse del pecho. ¡Un momento!, se supone que a los muertos lo primero que se les para es el corazón, de hecho te mueres por eso. Me concentro en mis latidos, sí, están ahí, no es una alucinación, son reales, los siento, si hasta diría que los oigo.
Entonces ocurre, un grito se abre camino desde mis pulmones y desemboca en mi garganta, ¡MAMÁ!
El mundo en donde me encuentro empieza a cambiar, repentinamente veo la luz, se hace más grande en décimas de segundo, y entonces surge la figura de un ser querido.
La voz de mi madre resuena en mis oídos:
Mari ¿qué ha sido ese ruido? ¡Pero hija!, mira que eres torpe, qué golpe te has dado, anda ven a ver qué te has hecho. Si es que no te puedo mandar hacer nada.
Ahora lo recuerdo, ya puedo recordar, mi madre me ha pedido que sacara las botas de agua del trastero. Como estaban en la estantería de arriba me he subido a la escalera y he resbalado. Por lo que se ve, al caer la escalera, ha roto la bombilla y yo me he dado un buen golpe en la cabeza cerrando de paso la puerta con el topetazo. Mi madre, al oír mi grito ha venido, ha abierto la puerta del trastero y me está ayudando a quitarme la escalera de encima. ¡Uf!

sábado, 9 de octubre de 2010

Gracias!

Muchas gracias a todos/as por la atención que me habéis dedicado, ha sido una experiencia nueva esto de cumplir años con facebook.
     Guuuaaauuu!, cuantos comentarios, tantos mensajes... el ego por las nubes.  Pero, sin ánimo de abusar, me gustaria preguntaros dónde está la diferencia. Que tiene que estar en alguna parte me consta, tengo la absoluta certeza, pero no la encuentro: "la diferencia entre los dieciséis y los cuarenta y seis". Y, por supuesto,  no me refiero a la diferencia externa, esa resulta bastante obvia: piel suavemente arrugada, carnes delicadamente flojas, dolores estratégicamente colocados... No, no me refiero a esa, aludo a la diferencia que debería estar ahí y que no aparece: me sigo sonrojando hasta el tono carmesí en determinadas situaciones, continúo emocionándome hasta las lágrimas con una buena escena de amor, sigo soñando y sueño que alcanzo mis sueños, y persisto en la inocente creencia que algún día descubriré el sentido de la vida.
    Pues eso, si alguien sabe dónde narices se encuentra la diferencia "tenga a bien hacérmelo saber",  porque empiezo a sospechar que esta incógnita tiene parte de responsabilidad en mis episodios de insomnio. Se supone que a estas alturas yo debería sentirme mayor. Ja, digo.

   Desde un lugar de mi mundo, con carino.